Un abrazo en medio de la tormenta

Cuando el lente de la cámara réflex de Valentina hizo crash, recién sospechó que su vida
podría correr peligro.
Con el termómetro marcando 10 grados bajo cero, en medio de la inmensa pampa magallánica entre Chile y Argentina, Valentina miró el horizonte buscando su auto, pero el intenso viento, y la nieve que caía del cielo, cubrían todo de blanco.
“¿Qué va a pensar mi papá?”, dijo para sí misma mientras su cuerpo se movía en todas direcciones buscando una salida.
Cuando su cámara aún estaba intacta en el auto, hace menos de 20 minutos, ella corría por la carretera escuchando Iron Maiden. Con los ojos puestos en el camino, golpeaba levemente el volante siguiendo las estruendosas guitarras de la banda de metal británica.
Al lado de ella, en el asiento del copiloto, estaba el estuche de su cámara. A las seis de la tarde, los últimos rayos de sol acompañaban al cielo despejado de la hermosa pampa magallánica.
En el asiento trasero, Valentina tenía un par de botellas de alcohol vacías que no había podido botar. Más bien, que le había dado vergüenza botar. Desde su llegada a la ciudad, el alcohol se había transformado en un acompañante difícil de controlar.
Sus nuevas amistades tampoco la ayudaban mucho, precisamente el motivo de su viaje en el auto era tener una noche de borrachera con algunos de sus compañeros de trabajo.
Mientras golpeaba el volante al son de Iron Maiden, vio un grupo de ovejas recorrer el extenso campo verde que quedaba camino a su destino.
No lo pensó dos veces: paró el auto, se cubrió con su ropa de nieve, y salió con su cámara.
Extrañaba tener tiempo para ella, no tenía ningún conflicto viviendo en la casa de su padre, pero no era lo que esperaba a sus 31 años. Volver a vivir con él, para ella era un símbolo inequívoco de fracaso.
Cuando vivía en Puerto Montt, solía hacer fotografías a bandas de metal y rock. Aunque para ella era un pasatiempo, había acumulado muchos conocimientos y experiencia en el tiempo.
Las bandas y sus amigos se lo hacían saber, y ella tampoco era muy modesta, sabía que había desarrollado un talento difícil de alcanzar.
En Magallanes no conocía bandas de metal, pero la ciudad y sus alrededores ofrecían postales de ensueño para cualquier amante de la fotografía.
Por eso, cuando divisó a aquellas ovejas, pensó que no se podía perder por nada del mundo esa postal. Corrió hasta obtener imágenes con el fondo de la pampa, y después se fue acercando para capturar de cerca el rostro de las ovejas que transitaban por la zona.
Su rostro blanco esbozó una sonrisa cuando miró como estaban quedando sus fotos, en ese momento, llevó sus manos a su largo cabello rizado, que parecía revolotear entre su gorro de montaña.
De pronto, intentó disparar el obturador sin éxito. Se escuchó un crash contenido proveniente de su cámara e inmediatamente acercó su lente: el vidrio estaba completamente roto por el frío del ambiente.
Un temblor repentino recorrió su nuca, y el bullicio del viento se hizo cada vez más fuerte. Tenía que reaccionar rápido, movió su cabeza buscando su auto, pero todo se había tornado blanco.
A pesar de que no era atlética, si era ágil. Presa de la desesperación, corrió en cualquier dirección, y se cayó en repetidas ocasiones al suelo. Los roedores de la zona solían cazar haciendo hoyos en la tierra, lo que dificultaba aún más el movimiento en medio de la tormenta de nieve que repentinamente había caído.
La nieve comenzó a cubrir todo el suelo, y Valentina dejó de correr. Cayó de rodillas, y abrazó sus piernas con toda sus fuerzas, como liberando toda la frustración que en ese momento había en su mente.
Una tormenta podía durar 10 minutos, así como también 10 o 20 horas. Solo le quedaba esperar un milagro.
“¿Qué pensará mi papá? ¿Cómo será mi funeral?”, reflexionó mientras las lágrimas corrían por su rostro.
Lamentó no tener una botella de alcohol con ella. Ya habían pasado 15 largos minutos desde que la atrapó la tormenta, y no había ningún indicio de que pudiera terminar o al menos tener una pausa para ver donde estaba su auto y refugiarse.
De pronto, el cielo se despejó. Dejó su cámara en la nieve, y vio su auto verde a lo lejos.
Al principio volvió a correr con todas sus fuerzas, pero su mente entendió que ya no había peligro, y comenzó a caminar cuando estaba llegando.
En el auto, había dos personas que la saludaron a lo lejos. Cuando comenzó a caminar, se dio cuenta que eran sus dos abuelos maternos, que la recibieron con un fuerte abrazo y sin decir una sola palabra.
Totalmente en silencio, su abuelo elevó su brazo apuntando al horizonte. Bárbara se vio a ella misma, acurrucada en medio de la fría pampa magallánica.
Su abuelo la tomó de la espalda, y la volvió a abrazar.
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