De la Jardinería considerada como una de las Bellas Artes

Nuestra nueva casa dispone de un amplio terreno con rosales, ligustrinas y buganvilias, además de varios árboles frutales y un largo parrón que a fines de marzo regala tres tipos de uva.
El jardinero se llama Román.
Es un tipo alto, de pocos gestos, silencioso sin resultar huraño. Aparte de un tibio saludo no hablamos mucho. Mantiene el jardín en serena armonía sin caer jamás en excesos. Dosifica con acierto la energía de la poda, el diseño y colorido del parterre, la recogida de las hojas, la prevención de plagas y pestes.
Lleva siempre un libreta de tapa roja asomada por el bolsillo del corazón.
Este verano Gabriela sufrió un esguince de tobillo: 30 días de yeso. Vacaciones en casa, puertas a dentro. Hemos ido conociendo a Román. Fuma cigarrillos de tabaco negro cuyo aroma, según él, estimula el crecimiento de las plantas.
Su primera cita nos pilló desprevenidos. Cuando Gabriela le recordó que debía regresar el viernes para terminar de podar los sorales. Román abrió la libreta de tapa roja y recitó:
— Viernes, viernes 22 de enero…
— La amistad es un barco capaz de llevar a dos personas si hace buen tiempo, pero solamente a una cuando hace mal tiempo.
Nos miramos divertidos, ignorantes del universo recién inaugurado. Desde entonces, tomamos la costumbre de gritarle fechas que Román contesta con citas bellas, corrosivas y sorprendentes.
— 15 de abril
— El incesto es la frontera entre la naturaleza y la cultura.
— 29 de octubre.
— Ser inquilino toda la vida es una mal negocio, pero una gran felicidad: pagando alquiler tras alquiler podría haber comprado varias casas, pero por fortuna ninguna está a su nombre.
Las citas quedan en el anonimato. Nuestra ignorancia no hace más que agregar emoción a la belleza de su juego.
Ayer Gabriela se quitó el yeso. Sin embargo, no parece tener mucho interés en moverse de casa.
— 18 de mayo.
— ¿Por qué sentimos que la palabra dignidad está en apuros cada vez que escuchamos a alguien hablar mal de un ex-amor, sea antiguo o reciente?
Gabriela soporta mal la falta de certezas y defiende la tesis que las citas son invenciones del propio Román.
— 6 de febrero.
— La mejor forma de acabar con la corrupción es legalizándola.
En la pizarra de la cocina, Gabriela va registrando las citas: hasta aquí no hemos repetido ninguna fecha.
Las frases de la libreta roja repercuten cada día más en el ánimo de Gabriel. Me acusa de miope, de ser incapaz de reconocer en Román un artista original.
— ¿Román?
— Diga, señora.
— 13 de marzo.
— Lo que distingue al hombre insensato del sensato, es que el primero ansía morir orgullosamente por una causa, mientras el segundo aspira a vivir humildemente por ella.
Diviso a Román debajo de los ventanales, fumigando el limonero, y le grito:
— Román, 18 de noviembre…
Desenfunda lentamente la libreta y lee como si oficiara misa:
— La timidez es una virtud que no se ostenta, o que se oculta por simple timidez.
Reemprende la fumigación, Gabriela inquieta, va perdiendo la paciencia a ojos vista.
Un martes, debido a una sorpresiva huelga del transporte público, Román se quedó a dormir. Desde entonces vive en nuestra casa, instalado en la cabaña bajo el nogal, dispuesto a ayudar en lo que sea, discreto, silencioso.
Ya somos tres en esta casa. Mejor dicho cuatro, pues la libreta roja es una presencia gravitante, decisiva.
— 22 de diciembre.
— Algunas personas son bastantes educadas para evitar hablar con la boca llena, pero no lo suficiente para evitar hablar con la cabeza vacía.
El jardín comienza a marchitarse; una atmósfera de abandono cubre los patios y el prado. Reparo en que la poda del parrón lleva al menos un mes de atraso, pero decido no comentarle a Gabriela.
— Román, 19 de agosto…
— Del fumador podemos aprender la tolerancia: jamás se queja porque alguien come mientras él fuma.
Hay platos sucios sobre el ancho brazo de un sofá. Han muerto en sus macetas el amaranto, la magnesia y los dos ficus. Un desorden general de cosas estorba nuestros movimientos por la casa. La comida escasea, los gatos pasan hambre.
Esta mañana Gabriela se ríe al escuchar el informe meteorológico. Súbitamente, comienza a llorar, primero con hipos suaves, luego con un llanto desgarrador. Me dice:
— 3 de julio…
— Cuidaos de la soberbia: nadie puede ser al mismo tiempo Eróstrato, el fuego y el Templo de Artemisa.
La consuelo, aunque desconozco las causas de su comportamiento. Apoyada su cabeza en mi pecho, reparo en que no se ha lavado el pelo hace varios días.
A Román, retirado la mayor parte del tiempo en la cabaña, casi no le vemos, pero su tenue presencia nos modifica. Siento que ya no estamos solos.
— 20 de junio.
— ¿La modernidad? Cambiar el auto casi nuevo por un auto completamente nuevo.
Las ausencias de Román, que jamás anuncia, son breves y esporádicas, como si no quisiera dejar la casa en nuestras manos.
Román nos avisa que debe viajar al sur debido a la enfermedad de una pariente.
— ¿Cuándo volverá?
— Salvo imprevistos, dentro de 10 días, un lunes.
— ¡Ah! El lunes 8 de septiembre…
— La melancolía es la dicha de estar triste.
El domingo, hacia la caída de la tarde, a esa hora en que es más fácil intuir que quizás no seamos felices, he ido hasta la cabaña para buscar, furtivamente, su libreta roja.
Fue abrirla, recorrer su páginas, mirar alrededor con inquietud y cerrarla: todas las páginas en blanco.
Profunda tristeza y abandono en el jardín. Las ligustrinas sobrepasan los muros, desordenadas y amarillentas. La casa está silenciosa: extraña mezcla de sosiego y de algo indefinido, que acecha. Pienso en Gabriela, que lleva tres semanas en el Sanatorio Alemán.
De Román no he vuelto a tener noticias. Confío en que aparezca pronto; además de su libreta roja, ¿olvidó llevarse su cortadora de césped?
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